Page 96 - Revista Vía Libre Nº 648 - Febrero 2020
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artes
          furgón de cola



                     Viajar de noche mal durmiendo en un compar-
               timiento de asientos no es especialmente cómodo,
               pero el protagonista del relato La aventura de un via-
               jero (1957), de Italo Calvino, hace de la necesidad vir-
               tud y lo percibe como un acto de heroísmo dedicado
               a la amada a la que va al encuentro.

                     Federico V., que vivía en una ciudad de
                     Italia septentrional, estaba enamorado
                     de Cinzia U., residente en Roma. Cada                     Fotograma de Pociag.
                     vez que sus ocupaciones se lo permitían,
                     tomaba el tren a la capital. Habituado           El cine español, en películas como La piel que-
                     a una estricta economía de su tiempo,       mada (1967), de Josep Maria Forn, también ha refle-
                     tanto en el trabajo como en el placer,      jado el cansancio de los largos viajes nocturnos de
                     viajaba siempre de noche: había un tren,    la emigración, en este caso en “el sevillano”, el que
                     el último, poco frecuentado —salvo du-      toman la mujer y los hijos del albañil que está traba-
                     rante las fiestas— y Federico podía ten-    jando en la Costa Brava.
                     derse en el asiento y dormir.                    Cuando llega el amanecer, el aspecto de los
                     (…)                                         viajeros que han pasado la noche en sus asientos es
                     —Y usted ¿adonde va?                        el que muy bien captó el pintor prusiano Adolph von
                     —A Roma.                                    Menzel en su obra de 1851, En un coche de tren des-
                     —¡Madre mía! ¡A Roma!                       pués de un viaje nocturno.
                     El tono de asombro compasivo se trans-           Viajar en coche cama ya es otra cosa, pero
                     formó, en el corazón de Federico, en un     tampoco se descansa mucho si te toca un compa-
                     movimiento de heroico orgullo. Así con-     ñero de compartimento paranoico y pesado como le
                     tinuó el viaje.                             ocurre al protagonista del cortometraje Expreso noc-
                     —¿Queréis apagar la luz?                    turno (2003), de Imanol Ortiz.
                     Apagaron y se quedaron en la oscuridad,          En la galardonada película polaca Pociag (1959,
                     sin rostro, ruidosos, voluminosos, hom-     Tren nocturno), de Jerzy Kawalerowicz, un hombre
                     bro contra hombro. Uno levanta la cor-      toma un tren que recorre la costa báltica. Parece que
                     tina de la ventanilla y mira hacia afuera:   huya de alguna cosa. Por error en la venta de billetes,
                     la noche es clara, Federico acostado ve     ha de compartir compartimento con una mujer que
                     sólo el cielo y de vez en cuando la hilera   parece que también está huyendo. Cuando entre el
                     de  lámparas  de  una  pequeña  estación    pasaje corre la noticia que la policía está buscando
                     que lo deslumbran y proyectan un aba-       un asesino en el tren, se desatan la curiosidad y las
                     nico de sombras en el techo.                sospechas mutuas. Entonces se pone de manifiesto
                                                                 que cada uno de los viajeros, ferroviarios y policías,
                     Antonio Muñoz Molina, en Sefarad (2001), tam-  lleva una mochila emocional que determina cómo se
               bién evoca la dureza de los viajes en la España de los
               expresos nocturnos:
                                                                          Obra de Nicolaas van der Waay.
                     Quién no recuerda aquellos viajes eter-
                     nos en el exprés de media noche, en los
                     vagones de segunda que nos trajeron por
                     primera vez a Madrid, y que nos dejaban
                     desechos por la fatiga y la falta de sueño
                     en los ingratos amaneceres de la esta-
                     ción de Atocha, la antigua, que nuestros
                     hijos no llegaron a conocer, aunque al-
                     guno de ellos, muy pequeño, o todavía
                     en el vientre de su madre, pasó noches
                     rigurosas en aquellos trenes, que nos lle-
                     vaban hacia el sur en las vacaciones tan
                     anheladas de Navidad.






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